lunes, 14 de abril de 2014

Rahou




En medio de Marruecos, y casi de la nada, se encuentra un pequeño pueblo llamado Aghbala. Allí nació hace 20 años un chico cuya vida y aventura os narro hoy.
Nuestro protagonista como la mayoría de muchachos de familia media de Marruecos y de casi el resto de África nació y creció en un ambiente muy humilde. Tan sólo pudo cursar los primeros años de la escuela porque en cuanto pudo valerse para trabajar tuvo que dedicar su tiempo, su final de la infancia y adolescencia a ayudar a su padre en la tarea que él desempeñaba como carpintero, chatarrero y mecánico para llevar el pan a casa.
Este chico se dijo que aquello no era lo que él quería para su vida. Había oído que más allá del estrecho que separa África y Europa, otra vida es posible, más allá de un mar que jamás había visto, un futuro mejor le esperaría. Y con 16 años decidió embarcarse en la mayor aventura de su vida. Sin decir nada a sus padres, hermanos o amigos de cuál sería su destino metió la poca ropa que tenía en una maleta y con la ilusión, la esperanza y los sueños por bandera se lanzó al camino.
La distancia desde Aghbala a Tánger es de unos 600 km. Lo que para nosotros con nuestras carreteras y nuestros coches haríamos en 5 horas a él en aquellos lares le supuso varios autobuses, algunas vicisitudes y más de 15 horas de viaje por caminos tortuosos y empedrados. Para cuando al llegar a la ciudad destino sentirse sólo, sin saber qué hacer ni a dónde ir. Sin medios para conseguir comida o ni si quiera un lugar donde dormir.
El tiempo que pasó en aquella ciudad lo desconozco. Si sé que finalmente decidió dejar lo poco que llevaba consigo porque no podía acarrear con una carga un tanto "innecesaria" y optó por jugárselo todo a una carta. Conoció a otro chaval de más o menos su edad y consiguieron colarse en los bajos de un camión que cruzaba la frontera con España, a través de Ceuta y posteriormente en un ferry que los llevó hasta el puerto de Algeciras.
Más de 16 horas metido en aquel agujero, rezando a Alá para que no los descubrieran antes de pisar suelo español, sin comer ni beber y arriesgando sus vidas, mientras veían como rodaban y tronaban las pesadas ruedas del trailer al rodar por el asfalto. Sin poder permitirse el pensar que cualquier fallo acabaría con esa aventura, y por supuesto con sus vidas.
Pero finalmente la suerte estuvo de su lado y cuando fue descubierto ya estaba en Algeciras, donde al ser menor fue internado en un centro para después ser trasladado a Jerez, donde recibió formación e información y donde gracias a su esfuerzo, su humildad y tesón consiguió lo que venía buscando. Un trabajo y una nueva oportunidad para vivir.
Hubieron de pasar más de 4 años para poder tener la residencia y así poder volver a Aghbala a visitar a su familia sin riesgo de que le prohibieran la salida de Marruecos.
Cuando le preguntas por su futuro y por su vida te responde que le gustaría volver algún día a su país, a su Aghbala natal, convertido en un hombre de provecho, formado y orgulloso de todo lo que ha conseguido, tener un negocio propio del que vivir humildemente, casarse con alguna chica guapa y formar una familia.
A mí me gustaría que consiguiese todo lo que se proponga porque realmente lo merece. Porque alguien que lucha así por su vida y por sus sueños y su futuro debe obtener la recompensa de todo los sacrificios y riesgos que ha tenido que hacer por ello.
Es la historia, muchas veces triste, de estos inmigrantes, que vienen y viven luchando por una oportunidad que casi de nacimiento se les ha negado. Es la historia de hombres, mujeres y niños que se juegan el todo por el todo, por su futuro (que esperan mejor y en la mayoría de ocasiones es más cruel si cabe), y el de sus familias. Es una historia más de tantos y tantas que por iniciativa propia o ajena buscan la tierra prometida, una historia de esas que solemos ver a diario en las noticias. Una historia que esta vez tiene un final feliz, nombre y apellido, Mustafa Rahou.


Isaac Ortigosa.

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